OBRA
Revista Replicante-Rubén Bonet-reseña-noviembre 10, 2012
El ser fragmentado. El trabajo de Magdalena Martínez Franco
(Fragmento del artículo)
La vida es una sucesión de instantes que hasta ayer se atesoraban en la memoria de cada quien, y los recuerdos se movilizaban sujetos a las caprichosas conexiones químicas de nuestro cerebro. Ahora las memorias que mejor operan se transportan en dispositivos USB. Nuestra presencia, en diferentes espacios geográficos y tiempos, queda registrada en esa gran nube virtual de datos donde todo se almacena y que a través de Google, ese emporio cibernético, se recupera a la velocidad de un click. Las fotografías fijan episodios de nuestras vidas en imágenes elocuentes, a veces a nuestro pesar. Vivimos bajo el acoso de lentes ocultos que nos retratan constantemente. Infinidad de cámaras de seguridad instaladas en centros comerciales, bancos y en las calles de las ciudades registran, con otros fines —en aras de la seguridad—, nuestro apurado y ansioso deambular. El individuo queda reducido a un código numérico, a un pixel, y la memoria de nuestras vivencias se almacena de manera perdurable en la red o en las cintas de los archivos policiales. El trabajo que la artista Magdalena Martínez Franco ha venido realizando desde hace dos décadas profundiza en la idea de que aquello que oficialmente nos representa, más allá de las intercambiables personalidades aferradas a nuestros cuerpos, es un código. Huellas dactilares, chips, códigos QR, un número para Hacienda (RFC), todos ellos mecanismos de control que atrapan al ser en una serie numérica y que la artista integra de manera visual en su discurso, haciendo del control y la opresión que sufre el individuo un acto sumamente estético. Esto se puede apreciar de una manera muy clara en las series Palimpsestos e Intaglio, en el video Registros tecnológicos o en la impresionante pieza Vestigios humanoides, una serie de lápidas sobre las que la artista grabó una huella digital, un código de barras y un RFC, y que se presentan a modo de vestigio arqueológico, representando la ruina de nuestras vidas. Ningún cuerpo, ningún individuo, escapan a esa clasificación. Es así como la obra de Martínez Franco se centra en la reflexión en torno a la identidad y al ser, y sobre todo, lo que atañe a su representación en esta era de recursos tecnológicos al alcance de la mano. ¿Quiénes somos en realidad?, ¿cuál es la imagen que nos gusta proyectar?, ¿cómo nos ven los otros?, son las preguntas alrededor de las cuales se organiza la obra y el discurso de la artista. Un trabajo que también nos hace cuestionar las relaciones de poder y la pérdida de libertad individual en una era hipertecnologizada. El cuerpo humano, a su vez, se convierte en rehén de esta realidad.